miércoles, 18 de junio de 2014

El “mal gusto” de Jesús (II)

LAS MUJERES PIADOSAS

A través de toda la obra de Dostoyevski se percibe la vida del pueblo como una multitud anónima y algunas veces apenas nombrada. Por doquier vemos sus mudos ojos clavados en nosotros, por doquier sentimos el latir de su corazón. De esa masa, empero, se destacan, recortándose individualmente, algunas figuras que permanecen sin embargo entretejidas en el gigantesco conjunto. Es posible encontrar tales figuras en todas las novelas. A veces es un criado, más allá un campesino o un pequeño burgués o un soldado; transeúntes de la calle que surgiendo por breve espacio dicen algunas palabras y vuelven a desaparecer entre la multitud; huéspedes de una posada, obreros, vendedores del mercado, gentes de bien y perdidos, gentes avisadas y tontas... Al principio de Los hermanos Karamázovi y destacándose del anónimo conjunto de la turba, encontramos algunas figuras que impresionan profundamente; trátase del pasaje en que el pueblo acude a ver a su gran amigo, el starets Zósima, pasaje contenido en el tercer capítulo del libro segundo e intitulado Las mujeres creyentes. Llevan a presencia del starets a una klikuscha, una poseída, que "a veces pierde completamente la razón y chilla y aúlla como un perro". Ésta es una de las tantas que padecen ese mal. Dice Dostoyevski que se trata de una "terrible enfermedad... y que al parecer entre nosotros, en Rusia, constituye una enfermedad que atestigua de la suerte de nuestras campesinas; enfermedad debida al trabajo agotador, a los partos penosos anómalos, faltos de toda asistencia médica y también a la pena sin desahogo, a los golpes, etc., que algunas naturalezas femeninas, a pesar de todo, no pueden soportar" (Los hermanos Karamazovi) 
"Penas sin desahogo", exceso de trabajo, sofocación y cansancio; nada de ese luminoso amor que ayuda a vivir, ninguna posibilidad siquiera de protegerse o de encontrar un camino que conduzca a la libertad, como es capaz de crearse culturalmente el hombre hecho libre por obra de su energía y fuerza inventiva. Aquí está el ser humano totalmente abandonado al sufrimiento. 
En el caso de la klikuscha no hay que hacerse ninguna ilusión, la enferma se tranquiliza cuando se le aproxima el starets. Queda por el momento sosegada; mas tiene que retornar a su medio y entonces todo volverá a ser como antes. Su situación no tiene salida, no puede escapar a su destino. Sin embargo, Dios está presente... Ni la justicia ni la dignidad humana tienen fuerza aquí. La mujer permanece encadenada a su destino, mas ni por un momento se le ocurrirá pensar que es inmerecido y aun cuando nada cambie, aun cuando su visita al hombre de Dios sólo constituya un alivio momentáneo, no abrigará la menor duda acerca de la bondad infinita de Dios. Esta criatura humana continuará viviendo sin encontrar remedio a su mal y continuará unida a Dios cuya voluntad no comprende, pero a la cual se somete. Un oscuro y terrible destino pesa sobre este hecho. Sin embargo, la mujer, de todas maneras, se siente profundamente consolada y en ello hay una promesa así como la hay en el grano de trigo sembrado en la tierra. 
 
Consideremos ahora a otra mujer hacia la que se vuelve el starets después de haber atendido a la klikuscha.
" Tú, que has venido de lejos —le dijo a una mujer aún no enteramente vieja, pero muy flaca, de cara no ya curtida del sol sino como toda negra. Estaba arrodillada y con finos ojos contemplaba al starets. En su mirada había algo de extravío.
"—De lejos, padrecito, de lejos. De trescientas verstas de aquí. De lejos, padre, de lejos —dijo la mujer canturreando y moviendo lentamente a un lado y a otro la cabeza y apoyando la mejilla en la mano."Hablaba como salmodiando. Hay en el pueblo bajo un dolor taciturno y muy sufrido. Métese dentro y calla. Pero hay también un dolor que revienta, rompe a llorar y en tal instante sale afuera en forma de salmodia. Sucede así especialmente a las mujeres, pero no es más leve que el dolor taciturno. La lamentación consuela únicamente porque penetra más hondo, en el corazón. Tal dolor ni siquiera quiere consuelo del sentimiento de su insaciabilidad se sustenta. La lamentación es sólo una necesidad de irritar continuamente la llaga.
"—Serás de la clase media —continuó mirándola curioso el starets.
"—Campesina, padre, campesina; labradores, pero de la ciudad. Vivíamos en la ciudad. Por verte a ti, padre, vine. Nos hablaron de ti, padrecito, nos hablaron. He enterrado a mi hijito, a mi pequeñito; vine a rezarle a Dios. En tres monasterios estuve cuando me dijeron: 'Ve, Nastasiuschka, también
allí', es decir a ti, padrecito, a verte. Vine, estuve anoche en la iglesia y hoy me he llegado hasta ti.
"—¿Por qué lloras?
"—Es por mi hijito, padre, tres añitos tenía menos tres meses; sólo eso le faltaba para cumplirlos. Por mi hijito lloro, padre, por mi hijito. Era el último que me quedaba de cuatro que he tenido con Nikituschka y no tenemos ya más, no los tenemos aunque los deseamos, no los tenemos. A los tres primeros los enterré sin sentirlos mucho, pero a este último le he dado sepultura y no puedo olvidarlo. Parece como si lo tuviera siempre delante, que no me deja. Tengo deshecha el alma. Miro sus cositas, su camisita o sus zapatitos y rompo a llorar." (Los hermanos Karamazovi, parte I, libro II, capítulo III)
He aquí otro ser humano presa de un dolor tal que ningún recurso del entendimiento, de la voluntad o de la imaginación es capaz de mitigar. Mas, lo que resulta verdaderamente admirable en este pasaje es el modo con que el starets trata el asunto, Primero intenta consolar a la madre declarándole que el niño está gozando de la bienaventuranza en el Señor. La mujer no abriga la menor duda de ello, mas su pesar es demasiado hondo, inexorable; lo que le dice el anciano no le aporta consuelo alguno. Entonces comprende el starets que se halla ante un dolor sin remedio y con sosegado continente dice:
"—También así Raquel lloró a sus hijos y no pudo consolarse de su falta, y el mismo destino os está deparado a vosotras las madres en esta tierra. Y no te consueles, no hace falta consolarte; no te consueles y llora, pero cada vez que llores acuérdate asimismo de que tu hijito... es uno de los ángeles de Dios, que desde allí te mira y ve y en tus lágrimas se alegra y se las muestra al Señor Dios. Y largo tiempo habrá de durar todavía éste tu gran llanto maternal; pero al fin se te cambiará en dulce alegría, y tus amargas lágrimas serán lágrimas de alborozo y purificación del corazón, redentoras de pecados." (Los hermanos Karamazovi, parte I, libro II, capítulo III).
La situación en sí misma no se ha modificado en nada puesto que nada podía cambiarse en ella. Sin embargo, esa inmodificable realidad del dolor ha de conducir a Dios y en última instancia a una profunda resignación. He aquí entonces que se operará una mudanza en todo el ser adolorido, una trasformación de esa criatura que, asistida por la gracia, se anegará en el dulce amor de Dios. Y esa trasformación de la dura existencia realizada en virtud de la fuerza del amor de Dios es obra del pueblo creyente.
"—Ve con tu marido, mujer; hoy mismo te irás con él, madre.
"—Me iré, querido, me iré como me lo dices. Me has aligerado el corazón." (Los hermanos Karamázovi, parte I, libro II, capítulo III)
Después de haber atendido a una anciana madrecita que anhelando tener noticias de su hijo ausente había recurrido a prácticas supersticiosas para lograrlas, se presenta ante el starets la más sombría de todas estas figuras.
Tero el starets ya había distinguido entre la turba los dos ardientes ojos, tendidos hacia él, de una campesina al parecer tísica, pero todavía joven. Lo miraba en silencio; con los ojos parecía pedir alguna cosa, pero no se atrevía a acercarse.
"—¿A qué has venido, hija mía?
—Alíviame el alma, padre —dijo ella suave y lentamente cayendo de rodillas y aciendo una reverencia hasta tocar el suelo—. Pequé, padre, y temo a mi pecado.
"El starets se sentó en el peldaño inferior; la mujer se le acercó andando de rodillas.
"—Hace tres años que me quedé viuda —empezó en su susurro y como estremecida—. Pesado se me había hecho el matrimonio: viejo era, me pegaba hasta lastimarme. Luego, se puso malo y cayó en cama; yo pensé: lo cuidaré, pero si se pone bueno y otra vez se levanta, ¿qué va a pasar aquí? Y se me ocurrió entonces esa idea...
"—Espera —dijo el starets, y arrimó su oreja derecha a los labios de la mujer. Ésta continuó su confesión en un murmullo, de suerte que apenas se podía oír nada. Acabó pronto.
"—¿Hace tres años? —preguntó el starets.
"—Tres años. Al principio no pensaba en ello; pero ahora me puse enferma, me entró tristeza." (Los hermanos Karamázovi,parte I, libro II, capítulo III). Una vez más estamos frente a un dolor irremediable. Trátase aquí del tormento de una mujer que en su desesperación se siente culpable. Es sólo un pensamiento, pero en él se encierra el mayor de los suplicios: la terrible convicción de que está condenada. El starets vuelve otra vez a comprenderlo todo con admirable profundidad; comprende que no tiene sentido el pretender librar a esa mujer de sus tormentos, que es inútil pretender librarla del destino a que está encadenada. Toda reflexión que él hiciera a fin de consolarla y poner remedio a su dolor tendría que tender, por fuerza, a librarla de las cadenas de ese destino. Por eso el starets señala el único punto de salida posible, el único medio capaz de trasformar su ser y hacerlo acepto a Dios: el arrepentimiento.
"—Nada temas y nunca temas ni te aflijas, con tal de que no se te pase la contrición... Dios todo lo perdona. Además, no hay pecado tan grande ni puede haberlo en toda la tierra que no se lo perdone Dios al que de veras se arrepiente. Ni puede cometer el hombre pecado tan enorme que apure el infinito amor de Dios. Pero, ¿es que crees sea posible haya un pecado tal que acabe con el amor de Dios? De modo que no pienses más que en dolerte de ello continuamente, pero aparta de ti todo temor. Cree que Dios te ama de un modo que tú misma no puedes imaginarte; a pesar de tu pecado y con tu pecado y todo, te ama. Y por uno que se arrepiente hay más alegría en el cielo que por diez justos; mucho tiempo hace que eso está escrito. Vete pues, y no temas nada. No te enfades con la gente, no te sulfures aunque te ofendan. Con el corazón perdónale al difunto todo aquello en que te ofendió, reconcíliate con él de verdad. Cuando te pesa es que amas y si amas eres ya hija de Dios... Con el amor todo se redime, con el amor todo se salva. Si yo que soy un pecador como tú, me he conmovido y apiadado de ti, ¿qué no hará Dios? El amor es un tesoro inestimable y tanto que con él puede comprarse el mundo entero y no sólo los propios sino los ajenos pecados redimen. Vete pues y no temas.
"Hizo sobre ella por tres veces la señal de la cruz, se quitó del cuello una imagencita y se la puso a ella." (Los hermanos Karamazovi, parte I, libro II, capítulo III).
Conmovedora grandeza es la de este pueblo. Que sea grandeza verdadera y no muda pesadez y torpeza se demuestra por el hecho de que así lo comprenden esos conductores de almas (como el starets Zósima cuya suprema sabiduría y amor son indudables) al guiar al pueblo por semejantes sendas. Son ellas sendas que sin ningún género de ilusiones llevan a aceptar los más duros destinos, a aceptar sin gestos heroicos la ardua realidad. Quien sepa lo que significa la palabra santidad, esto es, una existencia vivida en la fe incondicional, comprenderá que el pueblo concebido por Dostoyevski va camino de la santidad.
Sin embargo, observemos que la naturalidad con que los más sublimes elementos y puntos de vista religiosos informan la estrecha y chata realidad cotidiana, la precisión con que esas criaturas comprenden su sino al echar a andar resueltamente por las sendas que he dicho, sólo son posibles en virtud de la posición del pueblo, que ya he señalado más arriba, respecto al todo. La vida del pueblo está entrelazada de un modo directo con la de la tierra; pero esta inmediatez no ha de entenderse con un sentido naturalista o pagano; tampoco hemos de entenderla en el sentido del idealismo, esto es, que el pueblo constituya un grado primero y elemental de la existencia plenamente humana, una conciencia elemental que sólo a través de la reflexión podría convertirse en espiritualidad auténtica. Esta sería una concepción occidental. Mas Dostoyevski siempre se opuso precisamente a que tal esquema se aplicara a su pueblo. En él trátase más bien de una nueva brecha abierta que, superando toda noción de naturalismo y de devoción pagana, en virtud del concepto de la unión con Jesucristo y de la concepción del ser como voluntad de Dios, conduce a la más profunda relación espiritual con Dios.

Tomado de:

Guardini, R. El universo religioso de Dostoyevski. Ed. Emecé, Bs. As., 1952, ps. 24-30.

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