sábado, 23 de mayo de 2015

Sacerdocio bautismal (3)

“En virtud del carácter bautismal, toda la Iglesia militante se hace sacerdotal y posee el poder de ofrecer a Cristo, como Sacerdote y Hostia, a la Trinidad”. “El carácter bautismal, configurándonos con el sacerdocio de Cristo, nos hace entrar en el movimiento de oblación perpetua de Cristo Sacerdote, siempre vivo ante la faz del Padre para alabarle y para interceder en favor nuestro” (M.M. Philipon, OP, Les sacrements dans la vie chrétienne. Desclée de Brouwer [1945], passim).

EL SACERDOCIO DE LOS LAICOS
Los laicos están en posesión de muchos poderes sagrados activos, con los que hacen Iglesia, pero no todos son sacerdotales. Pueden ejercer actividades de muchas clases. Lo divino que llega a ellos es un reflejo de lo divino que hubo en Cristo, de quien son miembros, y de cuyas perfecciones participan en mayor o menor grado… El sacerdotal es un destino cultual, pues, como veremos, el sacerdocio se instituyó para el sacrificio, que es el acto principal del culto. Los títulos de rey y de profeta tienen otros destinos. La gracia, el profetismo, la realeza sobre las cosas, el sacerdocio, son participados por los fieles en algún grado. 
Uno de los poderes activos que poseen todos los cristianos tiene características sacerdotales. La afirmación tiene sentido restrictivo; se trata de características sacerdotales distintas de las que poseen los sacerdotes constituidos en jerarquía. Es extraño cómo esta afirmación, entendida en el sentido restrictivo que se acaba de indicar, sentido que no solamente se supone, sino que se expresa de ordinario cuando se habla del sacerdocio común de los cristianos, encuentre entre algunos teólogos tan enconada oposición.
De este sacerdocio habla la Escritura, y hablan, con notable unanimidad, las tradiciones patrística, litúrgica y teológica. Algo de todo esto diremos más adelante. El protestantismo negó que existiera por derecho divino sacerdocio jerárquico, y afirmó que todos los fieles son igualmente sacerdotes. Trento definió la existencia de la jerarquía sacerdotal, sin que negara con ello el sacerdocio común. Es aquélla la que negaban los reformadores, y es aquélla la que definió el concilio. Quienes nos oponen hoy las palabras conciliares, cual si con ellas quedara en entredicho la doctrina sobre el sacerdocio común de los cristianos, parecen no haberse percatado del sentido de las decisiones tridentinas, a pesar de ser tan claro; o no darse cuenta del sentido que dan hoy a sus afirmaciones quienes, siguiendo la tradición moralmente unánime, y apoyados en la doctrina teológica sobre la naturaleza del carácter sacramental, defienden el sacerdocio común de todos los fieles. Piensan que Trento negó este sacerdocio, cuando lo que hizo fué afirmar otro sobre éste. O piensan que nosotros negamos el jerárquico, que está sobre éste, cuando nos limitamos a afirmar que hay otro debajo de él.
Este sacerdocio de los laicos recibe en la tradición muchos nombres, y su contenido se explica de maneras distintas. Se le llama "sacerdocio de los laicos", "sacerdocio espiritual", "sacerdocio común", "sacerdocio místico", "sacerdocio relativo", "sacerdocio bautismal", porque se comunica con el bautismo; "sacerdocio incoativo", porque viene a ser como el principio del otro, del jerárquico, que es más perfecto. Y no falta quien le llama también "sacerdocio metafórico, impropio y figurado". Pero no nos engañemos... No pensemos que sacerdocio bautismal… quiere decir, en boca de quienes así lo llaman, sacerdocio metafórico, impropio y figurado. Son los menos los que piensan que es metafórico, impropio y figurado. No puede serlo, desde el momento en que la tradición patrística pone como base de este sacerdocio la consagración bautismal, y la teológica el carácter del bautismo. 
Nosotros vamos a hablar del sacerdocio laical como de una consagración auténtica y real, con lo que no haremos otra cosa más que seguir la tradición constante de los Padres y de los teólogos. Contra esta posición reaccionan algunos teólogos modernos, calificándola de errónea y oponiéndole los textos tridentinos, de los que ya dijimos antes que no vienen al caso, pues lo que se intenta en ellos es defender el sacerdocio jerárquico, sacerdocio que con la doctrina que vamos a exponer queda totalmente intacto.
Quede claro, pues, que lo que vamos a decir, afirmando el sacerdocio común de los fieles, no pone en entredicho la existencia por derecho divino del sacerdocio ministerial conferido en el sacramento del orden. Pero quede claro también, y es nuestra obligación probarlo, que, además del ministerial reservado a un grupo determinado, al clero, se da el general, el popular, el bautismal, el sacerdocio laical, dando a esta palabra el sentido teológico que queda expuesto más arriba.
Vamos a probar su existencia, exponer su naturaleza y explicar sus funciones.
a) El sacerdocio de los fieles en la Biblia.
La Sagrada Escritura utiliza con bastante frecuencia la palabra sacerdote, y nunca la aplica a los que llamamos sacerdotes hoy, o sea, a los sacerdotes ministeriales o jerárquicos. La aplica, sí, a los sacerdotes o liturgos de las religiones paganas, a los sacerdotes judíos, a Cristo, a los cristianos. Es digna de tenerse en cuenta esta particularidad. Hiereus, que es el término griego en cuestión, se utiliza cuando se habla de Cristo, a quien tantas veces llaman sacerdote las Epístolas y los Evangelios; o de los cristianos, a los que también se llama así en la primera Epístola de San Pedro y en el Apocalipsis.
A los que hoy llamamos sacerdotes, a los que clasificamos en grupo aparte por haber recibido el sacramento del orden, no se les llama sacerdotes ni una sola vez. Hay otros nombres con los que se les designa. Los clérigos de hoy se designan con los nombres de obispos, presbíteros y diáconos. Nombres que no son sinónimos de sacerdote, aunque de hecho los obispos y los presbíteros lo fueran. Repetimos que el término Hiereus o sacerdote se reserva para Cristo y para los fieles.
Con esto no queremos decir que nuestro sacerdocio jerárquico no sea de institución divina. Hablamos ahora sólo de los términos o de las palabras, y señalamos el detalle de que en la Escritura no se utiliza la palabra sacerdote cuando se habla de ellos y sí cuando se habla del común de los cristianos. Sabemos, sin embargo, que a los que hoy llamamos sacerdotes por antonomasia, a los llamados en la Escritura presbíteros, les dió Cristo poderes excepcionales; entre ellos, el de consagrar su cuerpo y su sangre, o el de sacrificarle en el altar; y este poder es específicamente sacerdotal. Pero insistimos en que no aparecen nombrados con la palabra sacerdote ni en la Biblia ni en la tradición primitiva hasta fines del siglo II…
Si de la consideración del nombre pasamos a la de la realidad significada con él, nos encontramos con que los términos hiereus, hierateuma, sacerdote y sacerdocio, aplicados a los laicos en la Biblia, se refieren a una realidad típicamente sacerdotal. O sea, que la Escritura no sólo aplica a los fieles el término sacerdote, sino que además les atribuye funciones sacerdotales. Para persuadirnos de ello vamos a recordar los textos clásicos...
[A continuación, Sauras trascribe y comenta numerosos pasajes de san Pedro, san Pablo y el Apocalipsis. Omitimos su transcripción por razones de brevedad]
 b) El sacerdocio de los laicos en la Tradición.
El estudio esquemático del sacerdocio de los fieles en la tradición está hecho. La encuesta publicada por el P. Dabín es completa. Podrá perfeccionarse en detalle ; podrán hacerse estudios particulares y específicos más perfectos que el suyo sobre el sacerdocio laical en algunos autores o escritores determinados, como el de Lécuyer, por ejemplo (29). Pero en la obra, aunque sujeta a rectificaciones de detalle, en su conjunto es perfecta. Y en ella se aprecia la unanimidad con que las tradiciones patrística y teológica hablan del sacerdocio laical. No siempre lo llaman así, pero sí siempre hablan de una consagración sacerdotal que poseen todos los fieles. Vamos a presentar el resumen de las enseñanzas tradicionales sobre este punto, resumen hecho en sus líneas generales por el propio P. Dabín en la introducción de la obra citada. Los puntos capitales son los siguientes
Primero. Los Padres y los teólogos se pronuncian en favor del sacerdocio real de los fieles con una unanimidad que podríamos llamar moral. Aun en los tiempos de reacción contra la herejía protestante, cuando parece que menos debía admitirse este sacerdocio, se admite. La unanimidad afirmativa en orden a su existencia no es, sin embargo, unanimidad en orden a su naturaleza, pues la explican de maneras diversas. 
Segundo. Nunca se confunde este sacerdocio con el jerárquico, conferido mediante el sacramento del orden. Nunca se confunde, y, en cambio, abundan los testimonios explícitos que lo distinguen.
Tercero. El sacerdocio real o laical o común se propone, más que comparándolo con el jerárquico, y, por lo tanto, diciendo lo que no es, comparándolo con los paganos y diciendo lo que es. Es un sacerdocio o una consagración que poseen todos los bautizados y del que carecen los que no lo están. La tradición sigue en esto las enseñanzas de San Pedro, quien habla de él como de cosa privativa de los creyentes, del pueblo de Dios, y, por lo tanto, como de cosa que no tienen los paganos, los que no son pueblo elegido.
Cuarto. Es un sacerdocio con carácter colectivo e individual a la vez. También en esto sigue la tradición la manera de hablar de la Escritura. San Pedro lo propone como un sacerdocio de la colectividad cristiana, a la que llama pueblo elegido, gente santa y sacerdocio real, utilizando para expresar esta última prerrogativa el término hierateuma; y San Juan lo propone como un sacerdocio individual o de cada uno. pues llama sacerdotes a los fieles, utilizando el término hiereus. Los Padres no ven contradicción en esto, y en ocasiones un mismo Padre habla a la vez del sacerdocio común o colectivo y del sacerdocio común o de todos y de cada uno.
Quinto. El sacerdocio común no es una metáfora. El Nuevo Testamento utiliza veintisiete veces la palabra espiritual. Veinticinco, en diversos pasajes, y dos, en el pasaje en el que San Pedro habla de este sacerdocio. En ninguna de las otras veinticinco tiene sentido de metáfora. Afirmarlo, pues, en éste sería hacer exégesis menguada.
Sexto. Sin embargo, algunos autores hablan de sacerdocio metafórico; pero no metafórico en sentido absoluto, cual si fuera algo carente de toda realidad sacerdotal propiamente dicha.

Después de este resumen no es extraño que el P. Dabín proponga la doctrina sobre el sacerdocio real o común de los fieles como doctrina teológicamente cierta. Tiene sólida base en la Escritura, en la Tradición y en la teología; tiene, entre otras, la base real y auténtica de los caracteres sacramentales, que son participaciones del sacerdocio de Cristo, y de los que, por lo menos el primero, está en todos los fieles. No falta quien va aún más lejos y no se contenta con asegurar que es doctrina teológica cierta, sino que dice que es de fe (29 bis). Quedémonos con que es teológicamente firme y que ponerla en tela de juicio es, como dice el Cardenal Innitzer, enfrentarse con algo que recibe el interés y favor de la más alta autoridad eclesiástica (30). En efecto, Pío XII ha hablado con claridad, como veremos luego

1 comentario:

Leonardo dijo...

Dabin sostenía ocho tesis fundamentales, que podríamos resumir en cinco puntos:
1º) sacerdocio real de los fieles y sacerdocio del orden o ministerial, difieren radicalmente; el sacerdocio real y profético de los fieles no se aplica sólo a la colectividad de los fieles, sino a cada fiel individualmente; 2º) la tradición es casi unánime en desechar, como término de comparación del sacerdocio real, el sacerdocio del orden o ministerial; 3º) la gran mayoría de los Padres y teólogos descarta que la noción de sacerdocio real tenga sólo carácter metafórico: muchos textos patrísticos, teológicos y litúrgicos refieren tal sacerdocio a la Eucaristía (tema cultual), pero más todavía lo relacionan con la incorporación a Cristo y la consiguiente participación en los tres oficios o munera de Cristo; 4º) la mayoría de los teólogos, sobre todo desde la polémica antiluterana, identifican el sacerdocio real con el carácter sacramental, que, siguiendo la definición de Santo Tomás (completada por Domingo de Soto), nos sitúa en la participación del sacerdocio de Cristo (Cristo fue ungido sacerdote para siempre por la gracia de unión); 5º) por ello, y esto sería la conclusión más interesante, el sacerdocio real se vincula a los caracteres de los sacramentos del bautismo y de la confirmación (Dabin pensaba que esta doctrina es católica y que, en algunos puntos, puede ser de fe).