martes, 2 de enero de 2018

Los fariseos no pueden amar a Jesucristo (1)


Otro tanto valdría de los escribas. Fariseo significa dividido, segregado; algo como el egregio latino, «aislado del rebaño». Título, con frecuencia, noble. San Pablo se llama alguna vez en términos parecidos: «Pablo, esclavo de Jesucristo, llamado (a ser) apóstol, escogido (en latín segregatus) para el Evangelio de Dios» (Rom. 1,1). 
Los apóstoles, los simples sacerdotes, han sido sacados y escogidos de la grey para el ministerio del culto y de la palabra. Mas los fariseos, en los días de Jesús, se distinguieron de la masa en muy otras cosas. 
Amigos de exterioridades, descuidaban lo interior. «Vosotros los fariseos limpiáis la copa y el plato por defuera, pero vuestro interior está lleno de maldad y rapiña. ¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la menta y de la ruda y de todas las legumbres, y descuidáis la justicia y el amor de Dios! ¡Ay de vosotros, fariseos, que amáis los primeros asientos en las sinagogas y los saludos en las plazas! ¡Ay de vosotros, que sois como sepulturas que no se ven y que los hombres pisan sin saberlo!» (Lc. 11,_39ss). «Oían estas cosas los fariseos, que son avaros, y se mofaban de El. Y les dijo (Jesús): Vosotros pretendéis pasar por justos ante los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones; pues lo que es para los hombres estimable, es abominable ante Dios» (Lc. 16,14s). Llevaron su audacia hasta querer pasar por justos ante el propio Dios, como el fariseo de la parábola: «¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni como este publicano» (Lc 18,11). 
Los fariseos del Evangelio creían tener todas las virtudes, y no poseían ninguna. Su justicia, externa, encubría todos los vicios. Jesucristo se los echó en cara, sin exceptuar uno. Eran grandes ante el pueblo judío. Muy pequeños en el reino de Dios: «Os digo que, si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt. 5,20). Maestros de la virtud sin tenerla, decían y no hacían. 
Chocaron con el Salvador y les afectó de lleno el juicio terrible de Jn. 9, 39: «Yo he venido al mundo para un juicio: para que los que no ven vean, y los que ven se vuelvan ciegos». Lo primero se entiende. Es oficio del médico sanar, y de la luz resplandecer. En presencia de la luz, los que habitaban en tinieblas vieron. Lo segundo infunde horror: «Yo he venido al mundo para que los que ven se vuelvan ciegos». Aludía a los fariseos. Oficialmente eran maestros; creían ver pretextando la ley. «Nosotros sabemos -nosotros vemos que ese hombre (=Jesús) no viene de Dios, porque viola el sábado» (Jn 9,16 y 24). «Nosotros sabemos que ese hombre es pecador». Los fariseos veían que Jesús era pecador. 
«Tenían vista, porque leían el texto de la ley. Estaba ordenado apedrear a quien violase el sábado. De donde 'ese hombre -decían- no viene de Dios'. Veían y eran ciegos. No echaban de ver a qué venía, juez de vivos y muertos: a fin que los no-videntes, confesando (humildemente) no ver, fueran iluminados; y los videntes (contumaces) en no confesar su ceguera, se obdurasen más. Los abogados de la ley, sus expositores y maestros, los que entendían la ley, crucificaron en efecto al autor de la ley. Ignorado de los judíos, fue puesto en cruz por ellos; e hizo, con su sangre, colirio para los demás. Ellos, obstinados, se jactaban de ver la luz, y -con inaudita ceguera- crucificaron la Luz. ¡Qué ceguedad! Dieron muerte a la Luz. Pero ella, puesta en cruz, iluminó a los ciegos» (191). 
Mejor es no caminar que ir por mal camino. Preferible es no ver por falta de luz que ver mal con buena luz. El fariseo y el publicano, los dos eran malos. El publicano lo reconocía, y se abría a la claridad de Dios. El fariseo creíase justo, y no necesitaba otra justicia. Los dos poseían la ley. El uno no la leía. El otro la leía mal. Vino el Evangelio, y el ignorante de la ley vio su luz. Mientras el fariseo siguió con la suya propia; porque le sobraba, le estorbaba el Nazareno. Y, al mejor tiempo, le llevó fuera del campamento y le mató. «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron» (Jn. 1,11). 
Ni pudieron recibirle. Cristo les hada mal. No hay peor hombre que aquel a quien el bien empeora. Viene Juan Bautista, que ni come ni bebe; y mal. Viene Jesús, que come y bebe con pecadores; y mal también. Viene Pablo, fariseo hijo de fariseos; y de nuevo mal. 
La historia se repite. Hay gente que sólo acoge bien a los que sienten como ellos, predican su misma justicia y obran según sus tradiciones. Todo el que no vea como ellos ni lo que ellos, es ciego y guía de ciegos. Los fariseos de siempre se consuelan con el número. Se multiplican, en diáspora, por todos los pueblos. En todas partes se alborotan las gentes, y los pueblos maquinan vaciedades; se conciertan los reyes de la tierra y los príncipes conspiran a una contra Yahvé y contra el Cristo (cf. Sal. 2,1s). Se han introducido en el santuario, y desde su interior amontonan vanidades. No viene el Cristo a desbaratar sus mesas.
Insinceros, anuncian el Evangelio. Son numerosos, mientras el apóstol, uno. Así estuvo siempre la rectitud en minoría. «Anuncian el Evangelio sin rectitud» (Flp 1,17). Predican el bien; mas ellos no son buenos. Buscan otra cosa en la Iglesia, no buscan a Dios. Si a Dios buscaran, serían castos, porque el alma tiene por (único) legítimo marido a Dios. Todo el que busca en Dios otra cosa fuera de Dios, no le busca con limpieza. (Busquemos a Dios castamente.) El objeto de sus promesas es El mismo. Ve si encuentras algo que más valga. Hermosa es la tierra, y el cielo, y los ángeles. Más hermoso quien hizo tanta hermosura. Los que anuncian a Dios porque le aman; quienes anuncian a Dios por Dios tienen la pureza de miras que Cristo exige del alma, cuando dice a Pedro (Jn. 21,15): ¿Me amas? ¿Eres casto en tu corazón? ¿Buscas en la Iglesia mis conveniencias, o las tuyas? Si tal eres, apacienta mis ovejas (192)
Fariseos y apóstoles coinciden en lo que eran, «hijos de ira». Los unos siguen como eran, y los otros se vuelven hijos de la Luz. Mas no difieren en la Luz que vino para unos y otros, sino en que unos, sencillos, se dejaron atraer por el Padre a su Hijo; los fariseos, no. «Nadie viene a mí si no lo atrae el Padre que me envió» (Jn. 6,44). Es más fácil atacar al fariseísmo que librarse de él. Lo peor de los fariseos lo llevamos en la naturaleza humana: el amor al aparato o el gusto de la comedia, y la convicción de la propia justicia. La existencia en el mundo está montada en el aparato, en lo externo. Todos nos reímos de la comedia y todos, o casi todos, nos prestamos a ella. Nadie cree en las formas, y todos, o casi todos, las siguen. En el fondo, ya que no salvemos lo más --venimos a decir-, salvemos lo menos. Ya que no nos queremos de veras, ni nos sacrificamos por otros, ni pensamos en ellos, guardemos las apariencias, para siquiera convivir. De ese fariseísmo, socialmente cómodo, pocos se libran. Y sería necio combatirle. Aunque nunca faltan quienes, por descubrirlo en otros y no en sí, le impugnan sin ton ni son. 
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(191) SAN AGUSTÍN, Serm. 136,4.
(192) Cf. SAN AGUSTÍN, Serm. 137,9s. 289 




Fuente:
ORBE, A. Elevaciones sobre el amor de Cristo. BAC, Madrid (1974), pp. 287-296.

4 comentarios:

Redacción dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Anónimo dijo...

Estimados, perdonen mi poca inteligencia. ¿Alguno podría decirme quién es el autor de esta entrada? Confieso que me ha encantado. Saludos cordiales. Marcelo.-

Carlo dijo...

Está en el final de la misma entrada:
Fuente:
ORBE, A. Elevaciones sobre el amor de Cristo. BAC, Madrid (1974), pp. 287-296.

Redacción dijo...

El autor es el jesuita Antonio Orbe:

https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Orbe